martes, 12 de junio de 2007

CON HACHE DE HAMBRE Y HUEVO...

Seguimos con los huevos, y con perdón. Los huevos en el cine suelen estar siempre muy presentes, tal vez la razón es que abundan en la mayoría de cáterings de rodaje o bien porque en una comedia americana siempre resultan simpáticos. Ahí aparecen por lo general fritos en plancha y sobre manteca quedando así planos como en cualquier postal turística de Londres. Personalmente yo los prefiero en aceite y con la certeza de que con mal pan, mal huevo. Hay muchas maneras de cocinar huevos, una de las mejores es la de Madrid: huevos rotos o estrellados. No hay mucho a describir tras su título, puesto que el caos empieza en la cocina y poco rompe el comensal. El estilo inglés y el de su desayuno es el citado: un plato llano y bastante soso, tan sólo aderezado por la especia de la salchicha inglesa (lo mejor de la presentación, a mi parecer). Recomiendo, para quienes paseen por Londres en breve, un pequeño hallazgo de la delicatessen anglo-francesa llamada “Vinardy” que encuentras a mano izquierda bajando por Regents Street. Como buenos anglosajones, se vuelven astutos cuando les pides un sandwich y bobos cuando preguntas por la reserva de un vino. Aun así insisto en revisar sus “toast on soldiers” como almuerzo para volver a la vida y su carta de aguas minerales. Con ese plato demuestran controlar el tiempo de cocción de cualquier cosa.





El problema del citado plato inglés, como he dicho, es el pan. El pan inglés o de molde o “bimbo” no es el idóneo para un huevo frito, siempre ganará el huevo ya que, al tener mayor consistencia éste que la miga, es el huevo el que vence, con lo que tus dedos acaban dentro del mismo, teniendo que llevarte a la boca toda la mezcla sin pudor. Con el pan de payés catalán estamos en las mismas: demasiada miga y poca fuerza, yo diría que es el pan de molde del mediterráneo. Como idóneo pondría al pan gallego: es el más duro entre los blandos y el que mejor absorbe yema y clara, por muy crudo que uno se haya pedido el huevo a llevarsea la boca. Hablando de llevarse a la boca, 50 fueron los huevos duros con los que lograron domar a Paul Newman en La leyenda del Indomable, si no recuerdo mal. Dicen que el actor sólo logró comerse dos huevos por plano, dejando el resto al personaje. El resto es una interpretación de la que sigue bebiendo gente como Tom Cruise, pero para quienes quieran ver al señor Newman auto-homenajeando a su personaje, que entren en “Veredicto Final” y verán cómo el maestro guiña a su audiencia con un huevo crudo que le cae directo al hígado. Es lo mismo que hace Stallone en su mejor película, Rocky Balboa, pero con la diferencia de que mientras éste rompe con el pasado volviendo al ring como un torero, el otro vuelve al estrado para despedirse del alcoholismo y volver a la vida.





No quiero acabar sin aprovecharme del tema para decir que los peores huevos que he pedido nunca formaban parte de un primer plato de un centro comercial al que apodaron aquella semana con la vitola de “la ensalada de huevos de la casa” (título desde entonces mutado por “la ensalada de la casa de los huevos” y, repito, con perdón). Recuerdo que la larga espera me abrió el apetito, pero desde el momento en que vi acercarse al camarero mareando el plato en la mano igual que hacen esos viejos que mecen los jilgueros moviendo sus jaulas al pasear, supe que ya era tarde. Cayó ante mí una ensalada absurda, desprovista de diálogo, caótica en la lechuga y torpe en el maíz. Parecía tristemente querer ser digna por el acompañamiento de una salsa indefensa, sin unión ni arreglo posible pero, por si fuera poco, todo intentaba ser remediado en la cima por Sus Majestades Dos Huevos Duros que, más que cocidos, parecían haber sido acoquinados a base de gritos. Paul pudo con dos en cada plano… yo no.