domingo, 17 de junio de 2007

DE ZAPATOS Y MONEDAS

Hace quince años, saliendo por la noche con un grupo de amigos que a diferencia de hoy tenía más beneficio que oficio, uno de ellos, dejó en el aire la cuestión “¿qué debe ser la risa?”. Lo dijo tras aquel comentario muy de la época que otro chilló así: “¡eso es la risa!”. Yo le respondí: “la risa es Chaplin.” No es ninguna tontería, otro director de cine igual de directo que él pero de tercio muy distinto, Michael Haneke, asegura que la dureza de sus películas es debida a que no tiene el talento del maestro para mostrar la miseria humana a través del humor. La miseria a la que se refiere es principalmente el hambre. Casi todo lo que inicia el drama y el humor en el mundo del personaje de Charlot está relacionado con el comer, ya sea mediante un contexto social,a través del ámbito de la industrialización, o bien de miserias personales. El primer caso sería en “Shanghaied”, traducida como “Charlot marinero”, donde el eterno personaje de Chaplin comparte su plato de sopa con su compañero de mesa en un barco gracias al vaivén de las olas. La sonrisa surge ahí, en que el plano consta de dos comensales, dos cucharas, y un plato. La mecanización a que lleva el capitalismo lo vuelve a sufrir en “Tiempos Modernos” el mismo personaje con el ancestro del “fast-food”: un aparato que mecaniza al individuo con el objetivo de cebarlo rápidamente y no perder su eficiencia. Esta lectura de Chaplin respecto a la imperfección de las novedades tecnológicas está muy ligada al humor de otro irónico como es el director Paul Verhoeven: el horror de una máquina asesina como la que presenta la factoría de la policía no es más que un error… las bajas son algo secundario… Finalmente, la miseria personal la vemos en la insuperable cena “zapatofágica” de “La Quimera del Oro”, donde el logro está en la dignidad que le da el actor comiendo un objeto con una elegancia de lo más “british”. A mí esta escena me parece prodigiosa todo y que un tanto peligrosa; me refiero a que en una sesión de cine chaplinesca para cualquier hijo o sobrinos que yo tuviera, ésta sería la única imagen que yo censuraría ante el riesgo de que el horno de casa acabara plagado de zapatos mientras un grupo de pequeños descalzos preparasen el relleno con sus cordones.



Espejismos que te convierten en pollo en “La Quimera del Oro”, enormes tortas más grandes que su cocinero en “El Chico”, sonidos de estómago que se hacen presentes en obras mudas como “Tiempos Modernos”; todas esas terribles situaciones las vemos tras el prisma del humor, ni con burla ni con payasada circense, sino con la pura ironía. Ironía visual en este caso, pero iniciando lo que más tarde sentenció Howard Hawks: “el humor es drama más tiempo.” De todas esas escenas, la que considero la mejor escena de humor de la historia del cine es la de las monedas metidas en los bizcochos de “El Gran Dictador”, confieso que la situación y la complicidad de su actuación con el espectador me dejó “estupefacto”, adjetivo éste imposible de decir en una conversación en la que estuviera Charles Chaplin porque –dicen- como todo genio tenía sus manías y este término no lo soportaba, enzarzándose a rememorar los guantazos de sus cortos en cuanto alguien la pronunciaba ante él. Vale la pena revisar esa escena, es… "la risa". Dicen que cuando una película te marca un recuerdo imborrable, lo mejore es no volver a verla, lo mejor es quedarse con el recuerdo, con Chaplin no ocurre esto: con él se puede ver su cine y comer a diario. Recuerdo que en “El Ladrón de Orquídeas”, Nicholas Cage se burla de Meryl Streep cuando le pregunta con qué personaje histórico cenaría y ella dice los usuales Jesucristo o Einstein… Yo, sin dudarlo, escogería a Chaplin, al menos para decirle que su obra me dejó “estupefacto” y esperar así las natas del slapstick.