sábado, 15 de diciembre de 2007

PREFIERO A LIZA

Ayer viernes finalmente pude ver el musical Cabaret en el teatro Apolo de Barcelona. Digo finalmente porque el ir al teatro me cuesta ya que, si ya en el cine es difícil llegar y sentarse a ver la obra en cuestión, más lo es cuando uno viene ya sentado. No debo obviar que otra de las razones es el precio de la entrada… imposible olvidarlo tratándose de la obra Cabaret, cuyo repertorio tiene en una de sus canciones más célebres: “Money!”








No era la primera vez que veía la obra, pero aun así, valió la pena. La primera vez fue hace unos años en Madrid, donde Natalia Millán interpretaba a Sally Bowles y Asier Etxandía al maestro de ceremonias; ayer me tocó a Marta Ribera y a un espléndido Víctor González respectivamente; además, la versión teatral viene directamente de Broadway de la mano nada más y nada menos que de Rob Marshall y Sam Mendes, y… Pero bueno, ¿esto qué es? me releo y veo que me acabo quedando pegado a la típica-crítica-esdrújula que no hace más que manosear a los fantásticos artistas que ya saben cada noche lo bien, lo correcto o lo genial que han estado. Insisto en que todos ellos me enamoraron –en especial, repito, Natalia Millán entonces y Víctor González anoche- pero, lo verdaderamente relevante es que mientras yo anoche sufría por ver a la Sally Bowles de Marta Ribera por si se caía de la enorme silla en la que interpreta “No se lo digan a Mami”, aquella Liza Minelli que de Sally tan sólo le debe quedar más que un rápido trago de ginebra y algún torpe mohín, se cayó en un escenario de Estocolmo.





Ella es mayorcita y ya no depende de sus padres, en especial de su madre, afortunadamente, pero personalmente a mí siempre me ha dado una especial ternura. Tal vez posee algo de esas mutaciones que han llegado a desarrollar algunos actores, mediante las cuales el personaje y la persona se funden dando una nueva personalidad. Fue el caso de Johnny Weissmuler, el de Bela Lugosi y, según las malas lenguas, el de Raymond Hoffmann dentro de Dustin Babbit (¡otra tijera, demonios! ¡¡Dustin Hoffmann!!). Dicen que es algo habitual en los actores del método, que el propio Al Pacino llegó a tener problemas de identidad sexual tras rodar A la caza (por cierto, recuérdeme, señor blog, que tarde o temprano hay que hacer un especial sobre la tenebrosa óptica de William Friedkin). Pero, a lo que iba, tras tanta leyenda acerca del método Stanislavsky, de la escuela de Lee Strasberg de y sus interacciones, el mismo señor Hoffmann dijo hace poco con toda su narizota algo así como que no se trata de otra cosa más que de una serie de ejercicios para calentar la persona y enfriar al personaje y trabajar mejor, sin más.





O Sea, para aquellos artistas como Errol Flynn, W. C. Fields o cualquier Barrymore, el método sería el primer inflama-hígados etiqueta negra que apuntara al techo dispuesto a volcarse sobre la boca. Algo así hay en la actriz que trato en este post. Ella dijo una vez que no se puede demostrar que el alcoholismo sea una cosa genética y hereditaria pero, que ella se hizo unas pruebas con las que se vio que era cierto, que lo tenía escrito en su destino. La verdad, no creo que le hiciera mucha falta pagar por esas pruebas, cualquier psicoanalista (del método, ya puestos) se lo podría haber dicho: madre alcohólica por nacer y criarse en la farándula y padre alcohólico casado con joven y linda promesa para no querer admitir su homosexualidad. Ellas, la homosexualidad y Liza, han llegado a unirse como mitos, tal y como hizo otra fea (de narices, también) con un encanto especial: Barbra Streisand. De hecho, en la película In and Out se hace referencia directa a esas relaciones: Minelli, Streisand, mundo gay y musicales, incluso. Yo personalmente prefiero a Liza que a Barbra; de hecho, con toda la fama que tenía la judía de tener unas manos tan sexys, sin duda son mejores las de de la Minelli. También me gustan mucho los musicales, ante lo cual decidí hacer el test de la cinta que tiene que pasar Kevin Kline en la peli antes citada… No superé la prueba, es decir, me dijo que era un hetero “lizaminellista” pero… ¡¡Dios, cómo disfruté haciéndola!!


sábado, 8 de diciembre de 2007

SOY... UN MEMBRILLO... ??

En De la inestabilidad del hombre, Montaigne dijo una vez: De los hombres, me creo menos fácilmente la constancia que ninguna otra cosa, y nada con mayor facilidad que la inconstancia. En fin, esta alusión como entrada al post de un blog creo que no hace falta hacer referencia a qué nos enfrentamos. Así es, "tesón" sería el título perfecto para un buen blog. Esto me lleva a hablar -y que conste que esta digresión está pensada para quedar de lo más chulo y que me lean más- de una obra que le dicen maestra por estar muy vinculada a la pintura y por ser el mejor film de la década de los 90 según la Cinemateca de Ontario, hablo de El Sol del Membrillo, de Víctor Erice.





Entre otras muchas cosas, lo que trata principalmente no es otra cosa que el paso del tiempo o, para concretar, el dejar latente el "mira cómo cambian las cosas", o incluso mejor aún: "mira cómo cambio al lado de cosas como un membrillo". No es nada personal, pero la verdad es que hay que dedicarle un tiempo al bicharraco de peli, porque la cosa no tiene desperdicio. El caso es que, de las dos dimensiones que tiene la obra, pictórica y cinematográfica, será en esta última donde se acabará revelando el heroísmo del artista por su capacidad de sacrificio, su afán por llegar al absoluto o bien de hacer eterno un momento del tiempo. Además hay relación con el espacio: un pequeño hueco junto a un árbol del jardín de su casa, ha pasado a ser sagrado por estar enfrentado a la presencia de una enorme ciudad urbana.






Toda esta tela la cuelgo aquí mientras me meso la nuca y la perilla y quedo super-atractivo, pero sobre todo me interesa para hablar del tesón, de la constancia, de mi no-tesón y de mi no-constancia. Tal vez tenga otras muchas... muchísimas cualidades... que se las dejo al blog de mi abuela, pero no han estado cercanas a lo que aquí trato. Este hecho ha sido uno de los temas principales de debate que he gozado con un compañero y amigo en su casa. Me refiero a Javi Pastor y las tabarras que a veces le he dado visitándole. Su casa, como él, tiene zen, paz y armonía. Allí y con él, la velocidad es idónea Idónea me refiero que no hay sobresaltos. Sólo cuando he entrado yo en ella he notado que sus dibujos me miraban de reojo por haber aumentado la velocidad y haber hecho llegar el vértigo... me refiero al del humor, que es el único que mi tacómetro me permite. De todo ello, hace poco apareció una especie de sugerencia mutua mientras ojeábamos un libro de Javier Pagola. Con los libros de este autor verdaderamente no se puede hacer otra cosa que ojearlos o bien cerrarlos y empezar a dibujar. Así, en las antípodas de la concepción con la que se inició El Sol del Membrillo, se empezó una pequeña lámina a partir de la cual debe salir... algo así comooo... eeeh... quilosà? Ni que decir tiene que la tarifa plana de serenidad de la que goza mi colega Javi no choca sino que -espero- se complementa con mi ímpetu esdrújulo con el que voy a salto de mata. Sin duda, algo tiene que salir porque, tal y como el propio Erice defiende acerca de ls putrefacción de los membrillos... Javi, entre tú y yo: o los dibujos o nosotros...


jueves, 29 de noviembre de 2007

ME HAGO MAYOR


Pues aquí estamos de vuelta… como si no hubiera pasado nada… ¿es que a caso ha pasado algo? Tan sólo la ausencia del autor de este blog ¿no? Pues eso… ¡nada! De lo visto ocurrido en las últimas semanas, cabe destacar que parte de mis faltas se debieron a un curso formativo que hice en la televisión de Terrassa y llevado por una banda de nombre Discat, de quien sólo se puede decir que son unos farsantes. De todos modos, no me afecta en absoluto gracias a que me encuentro de nuevo dentro del blog, lo cual es estar dentro del cine y de la cocina. Esta última ha cambiado en los últimos días debido a que me han regalado una termo-mix para mi aniversario… ¿cómo? ¡SÍ HOMBRE! ¡EL SÁBADO FUE MI CUMPLEAÑOOS! ¡TREINTA Y CUATRO! Como lo oyes, ¿a que parece que tenga menos cine visto? Ya me lo dicen ya…




Evidentemente la fotografía no es de los treinta y cuatro sino de nueve años atrás, en mi primer viaje a Nueva York; por cierto, para quien quiera ver un par de planos aquel viaje –de las torres gemelas cuando estaban, por ejemplo– o algo más de mí en la actualidad, que visite el blog de los Kung-Fu Master que cito a mi derecha o bien que vaya directamente a esa otra brutalidad del youtube y apunte “kung fu sin red” y verá un video-clip hecho entre amigos. Por cierto, para algo hecho entre amigos, destaco el experimento Rec. Un compañero mío que ha trabajado con ambos directores en varias ocasiones, me comentó hace poco que lo mejor que sale del cine español últimamente es o bien de Filmax o bien de Guillermo de Fauno, digo del de El Laberinto del Toro, bueno eso. Personalmente el del Foro, digo del Toro, a veces me resulta un tanto extraño, no llego a entrar tan fácilmente en sus mundos como lo hice la primera vez que lo ví en Sitges con Cronos.





Quiero decir que ese punto colgante o colgado que se suele dejar siempre en el terror o en el fantástico (y que yo reconozco haberlo hecho en mi único corto dirigido y cuyo punto a colgar se me fue de las manos), en el universo del Toro no me acaba de cuadrar. Como ejemplo, adimto mi perplejidad al no dejar de discutir con todo el mundo acerca del porqué del capuchón en la cabeza del cadáver de Simón. Tal vez es que tenga menos cine visto para mi edad realmente o, como dice Rubianes: "para dos neuronas que me quedan y una que me bebeee... "





Por otro lado, no dudo ni un fotograma en quedarme con la grabada de Paco Balagueró y Jaume Plaza, digoo, ¡otra vez se me hace la tijera! Me gusta su valentía en casi todo: en el grupo actoral catalán que hay veces que parecen un follón de la compañía La Cubana, en no cortarse con las referencias estéticas a otras obras como las brujas de Blair o los holocaustos caníbales, en darle perfil dramático al bicho de la peli (pobrecica la nena con el cura cabrón, ¿no?) y, por encima de todo, en meter en el ajo a la extraordinaria Manolita Velasco (la llamo así porque no pude remediar encariñarme a ella al verla sufrir tanto); como el próximos Goya no oiga su nombre tras el de mejor actriz revelación, salgo escaleras arriba a morder como los de la escalera de Eixample. Me gusta el fantástico y Rec más, todo y que Balagueró no superará su cortometraje Alicia. Le ocurre como a mí, solo que el suyo es insuperable por fantástico y el mío… POR HORROROSO!

miércoles, 11 de julio de 2007

UNA RECETA... EN SERIE...

Hoy he vuelto al rincón de Sant Andreu a por otro ajoblanco. Debo reconocer que esta vez tan sólo he podido con media ración del plato ya que, todo y que considero que sé llevar el perfume del ajo durante todo un día sin sufrir rechazo humano, no logro quemar tanta proteína de almendra cruda por muchos paseos que me dé. Tal que de la radio se tratara y siendo mi blog como es… ¿puedo saludar? saludo entonces desde aquí al encanto que forman todas las camareras del Versalles sin el cual mis digestiones ya no serían el esperado episodio semanal que me he puesto de dieta, sino que se trataría de un simple comer y un torpe escribir. Por cierto, hablando de episodios, reconozco mi torpeza para toda ficción que sea una serialidad tal y como puede ser una serie televisiva o cinematográfica pero, a la vez, reconozco… ¡¡¡ESTAR TOTALMENTE RENDIDO CON LAS SERIES “LOS SOPRANO” Y “NIP/TUCK”!!! La primera me enseñó que la “familia”, entendida como mafia, está un grado más cerca de la altura del suelo que aquélla que nos enseñó “Goodfellas” y por tanto dos grados más de la de “El Padrino”. Es decir, si Coppola nos mostró al don como Dios (de ahí que su tercera entrega transcurra en el Vaticano) y Scorsese nos lo entregó en un grado inferior como si de un juego se tratara, David Chase desmitifica la mafia dibujándonos a un Tony Soprano tal que cualquier vecino de a pie con los problemas cotidianos con los cuales a veces uno no puede seguir y acaba desmayándose por la presión.



La serialidad en cualquiera de estas historias aparece desde el momento en que la ficción se fragmenta en el tiempo y hay que esperar para poder seguir la continuidad del relato. Un ejemplo cinematográfico sería “El Señor de los Anillos”, de cuya obra diría lo que una vez dijo Terenci Moix acerca del atractivo de sus personajes: ni comen, ni beben, ni fuman, ni fornican, con lo que logran evadirte ya no de la realidad, sino de ti mismo. A mí no ha llegado a desagradarme esa trilogía, pero Kevin Smith en “Clerks II” me remató la faena cuando dijo una gran verdad: “es una peli de gente que… ¡camina!”.



En el caso de “Nip/Tuck”, tan sólo digo que todo personaje nuevo que entra en la serie acaba en la camilla de los dos cirujanos protagonistas o bien en la cama de alguno de ellos, todo siempre con la justa dosis de morbo en forma de adulterio, prostitución, bisexualidad, tráfico de drogas en bellos cuerpos, robo de órganos en cuerpos menos bellos, o hijos pródigos con estereotipia. La verdad es que ambas familias se parecen, tan sólo se diferencian en el hecho de que en Los Sopranos comen y comen y en Nip/Tuck… eeeh… copulan y no comen... y siguen sin comer... y siguen... en fin...



Yo propongo una receta de pasta para los primeros y para aquellos que… bueno, mejor leerla y decidir el cómo, el cuándo y, sobre todo, el porqué. Recomendable para un día de vendetta, ya sea porque uno vaya a ser el verdugo o bien la víctima, pero sólo será posible disfrutar de la elaboración del plato con los siguientes ingredientes. Necesitaremos 500 gramos de spaghetti, preferiblemente de la marca De Cecco, es decir, de sémola dura y sin huevo; una hamburguesa de ternera por comensal (prefiero este término al de “por cabeza”, dadas las circunstancias en las que nos vemos, puesto que aquél que va a disfrutar del plato puede ser disparado en la misma); contaremos las cabezas de nuevo para cada unidad de cebolla grande; y finalmente agua, laurel, albahaca y vino tinto. Picaremos la cebolla con tesón, ayudándonos del sentimiento de odio hacia la víctima a retirar. La echaremos en una olla con aceite caliente tal y como haremos con el cadáver una vez ejecutado. Salamos la cebolla, que no al pobre desgraciado asesinado.
Pondremos a hervir una olla mayor con abundante agua y sal. Trocearemos las hamburguesas en pequeñas partes con el mismo esmero que hicimos en el primer paso. Movemos la cebolla para que no se nos pegue y, a la vez, hagamos un cierto espacio para la carne (esto ayuda mucho a meditar acerca de qué hacer más adelante con el fiambre del maletero, siempre, insito, si el sicario es el que lee estas letras y quien acabará cocinando). Echamos la carne y removemos.
Añadiremos toda la salsa de tomate junto con el laurel y la albahaca. De igual forma que es recomendable la “polpa di pomodoro” de la misma marca De Cecco, también lo es el echarla con mucho cuidado de salpicarse en la ropa puesto que, sería una lástima medir cada milímetro del asesinato y acabar con una delatadora mancha de rojo tomate sobre el traje. Además de ser una torpeza, estaríamos dentro de uno de los tópicos mafiosos más manidos desde los Borgia.



Ponemos a cocer la salsa. Cualquier “nonna” de Rossellini diría que tarda el tiempo que dura el rezo de un avemaría, yo aseguro que al “dente” se llega tras la preparación de un Dry Martini. Mezclamos la pasta con la salsa y dejamos que esa cocción que le faltaba a la primera, la logre unida a la segunda, haciendo de la unión de ambas una cópula sin parangón.



Tal y como hacen los italo-americanos de Nueva York y de Nueva Jersey, nos hacemos con el plato con un solo tenedor, sin cuchara.
Lo dicho: antes de salir a liquidar a aquél que lo merece… ¡¡porque lo merece!! hay que cargar el arma y los hidratos de carbono. Creo que esta receta y su plato sería una de las mejores ofertas. De hecho, ya lo dijo don Corleone: “Le hice una oferta que no pudo rechazar…” Salute!



jueves, 28 de junio de 2007

Y EL BEBÉ DIJO "AJOOO... "

Desde hace un tiempo estoy visitando un rincón de Barcelona que tiene su atractivo en su esfuerzo de glamour unido a su naturaleza de rincón. Me refiero al bar Versalles del Carrer Gran de Sant Andreu (esquina con la calle Pons i Gallarza, para los impetuosos). Éste es de los pocos locales de una ciudad que te incitan ya no a volver a cenar o almorzar sino a quedarte a vivir en su barrio.
Yo siempre he sido de la filosofía de que las cosas se hacen, no salen tal cual, de ahí este post hecho y no aparecido con y para mis lectores. Pero al margen de lo discutible, hay distinciones como la del gazpacho y el ajoblanco: el gazpacho surgió, puede que de una pelea entre tomates y pepinos, pero el ajoblanco se pensó primero y se elaboró después. No se puede calificar de casual la textura de una almendra cruda picada con esmero hasta el punto de adivinar el paladar de aquél que lo vaya a tratar como si del sexo de una noche de bodas se tratara, ni tampoco se puede concebir parte del azar la medida del ajo… ¿Cómo... azar la medida del ajo... ? ¡¡Nunnnca!!



Minusvalorar al ajo es no creer en la ciencia. Y, queridos amigos, ¿qué hace el ajoblanco? Nada más y nada menos que saturar nuestro paladar en tanto que dulces y salados… ¡Dios… ! Vive tal púber ajoblanco con la única y leve acidez de dos de los suyos machacados en un mortero de mármol. Tal vez tan sólo el “all-i-oli” agarra la solidez digna de un picante, pero con la merma de que siempre necesitará de una vianda o un pan de Heinrich Böll para ir de la boca a la nariz. El ajoblanco es ÉL, es la esencia de un solo sabor, ya no de la madera joven, macerada en ajos y aceites, sino de aquello que te dice de lo que está hecha tu boca, tu garganta y, sobre todo, tu nariz. Sólo con él sabrás por ti mismo si tu narizota es grande, pequeña, sabia o tan torpe como la de un hooligang. Personalmente, yo confieso que me dejé perilla por querer tener bigote, pero en realidad quise tenerlo por el placer de relamerme la cerveza a gusto –¿para qué si no?-. Aun así, si -Dios no lo quiera- algún día me hiciera una rinoplastia, sería por razones meramente relativas al sabor. El simple hecho de tener en el estómago una ración de ajoblanco y, a la vez, un nivel tal que cero patatero en el cerebro como resultado de algún tipo de lesión digestiva sería la muerte. Otra condición sería necesitar la susodicha rinoplastia per sé...

¡Oh! Cuán grande es mi suerte con la que puedo seguir gozando del ajo en velos del lienzo llamado ajoblanco... Como mañana toca, tal cual gozaré en mi Versalles de él... si son cuatro ajos y cuatro díasss...

lunes, 25 de junio de 2007

HAY QUE ESPERAR AL POSTRE...

Releyendo hace poco la obra cumbre de Wilder “El apartamento”, recordé que él era de los tipos que cuando se lo proponía, mantenía toda su habilidad pasando de la comedia al drama tal y como haría un Michael Jordan yendo de la cancha al green. Otros lo han demostrado como Almodóvar o el sobrevalorado Allan Stuart Konigsberg, conocido hoy en día como Woody –Joan Pera- Allen. Digo sobrevalorado porque desde hace más de treinta años todas sus comedias parten de “Annie Hall” y se resuelven con el tema de la magia, con lo cual me quedo con su década de los ochenta, disfrutando ensaladas frescas como “Hannah y sus Hermanas” o contundentes asados como “Septiembre” o “Delitos y Faltas”.



El caso es que también revisé "Testigo de Cargo", del mismo autor, y me sorprendió su prólogo, el cual con una voz en off leía un rótulo con el que pedía a la audiencia que no se revelara el final de la historia para que así otros espectadores notaran mejor la explosión de sabor del golpe final. Esto me llevó a la idea de ver que hoy en día el cine sale tocado en comparación al de aquella era dorada, todo gracias a la voluntad de los mismos espectadores. Hoy, películas como “El Sexto Sentido”, “Los Otros”, “The Game”, “Abre los Ojos”, “El Bosque” o incluso “El Show de Truman” no necesitan ese rótulo inicial para que sus finales no sean desvelados; es el espectador quien evita voluntariamente desvelar el menú para que los otros futuros comensales se sorprendan del postre a su debido tiempo.
Estos finales suelen ir ligados a obras propias de finales de los noventa, a las que yo llamo “fantasmadas”. Son aquellas con las que Ángel Quintana evocaba a “desmaterialización de la imagen cinematográfica” en la revista "Dirigido". En esta nuestra era de internet, los espacios y los tiempos son ligeros, falsos, etéreos, virtuales. Del mismo modo, sus héroes ya no pueden ser marmóreos como aquel Terminator o aquel Rambo, restan en la ingravidez como el Neo de “Matrix” o el Ethan Hunt de “Misión Imposible”. Tal y como hacen esos personajes al pasar de un universo a otro, veamos lo virtual de la mundialmente famosa cocina de diseño de hoy en día. Los sentidos son engañosos, ya lo dijo Descartes, pero a la hora de comer, creo que sólo en este tipo de cocina hay algo que no me acaba de convencer. No es que reivindique la mesa de tripero comilón, pero todo resta en la cara que se te queda cuando te sirven un “boquerón laminado” o una “decostrucción de tiramisú”. Sus propios nombres delatan su naturaleza virtual, puesto que ni se puede laminar un filete de boquerón sin llevarse un Oscar a los efectos especiales ni tampoco se puede separar en una bola de helado, un bizcocho y un café expresso con su taza para acabar así despedazando al postre italiano.



Aunque parezca estar defendiendo la cocina brutal y –como los citados héroes marmóreos– los platos contundentes, sinceramente no es mi intención. Sí es cierto que he hecho mis pinitos: aún recuerdo cómo hace unos meses, tras vencer a un cocido madrileño en esa meca del garbanzo que es la Casa Carola de Madrid, acabé intentando entrar en el coche como lo haría un obeso hawaiano. Debo decir que a menudo presumo de mi peso, no es el ideal como sí lo es mi índice de colesterol, pero el pan y los hidratos los cargo en la cara, sin abuso pero a la vez sin pudor. Qué mejor ejemplo que recordar que en ese mismo día, una vieja conocida se fijó en que yo me había dejado perilla, con lo que tenía un cierto aire al actor de “El Ilusionista”. Yo, más feliz por el halago que por mi digestión, me atreví a proponer vanidosamente que se refería a Edward Norton. “¡No, no. El otro, el italo-americano, el de los mofletes!”



Sigo con la idea de no defender la cocina brutal, pero, al igual que en el cine, hoy ni se puede ser decimonónico cenando con un bardo atado al árbol como hace Obélix, ni se puede tan solo pasear por los aromas e imágenes de los platos que te han puesto en la mesa. Dos horas. Ese es el tiempo de una buena película y de una buena cena, ni densa ni virtual. Siempre, eso sí, al igual que ocurre con las personas que dan una buena sensación en su primer encuentro, que surjan las ganas de volverse a ver y repetir la experiencia. Lo importante es lo que queda: el recuerdo, porque uno no olvida dónde fue la última vez que comió cocido, pero el último menú Big King… fue algo demasiado insípido, demasiado… virtual…



domingo, 17 de junio de 2007

DE ZAPATOS Y MONEDAS

Hace quince años, saliendo por la noche con un grupo de amigos que a diferencia de hoy tenía más beneficio que oficio, uno de ellos, dejó en el aire la cuestión “¿qué debe ser la risa?”. Lo dijo tras aquel comentario muy de la época que otro chilló así: “¡eso es la risa!”. Yo le respondí: “la risa es Chaplin.” No es ninguna tontería, otro director de cine igual de directo que él pero de tercio muy distinto, Michael Haneke, asegura que la dureza de sus películas es debida a que no tiene el talento del maestro para mostrar la miseria humana a través del humor. La miseria a la que se refiere es principalmente el hambre. Casi todo lo que inicia el drama y el humor en el mundo del personaje de Charlot está relacionado con el comer, ya sea mediante un contexto social,a través del ámbito de la industrialización, o bien de miserias personales. El primer caso sería en “Shanghaied”, traducida como “Charlot marinero”, donde el eterno personaje de Chaplin comparte su plato de sopa con su compañero de mesa en un barco gracias al vaivén de las olas. La sonrisa surge ahí, en que el plano consta de dos comensales, dos cucharas, y un plato. La mecanización a que lleva el capitalismo lo vuelve a sufrir en “Tiempos Modernos” el mismo personaje con el ancestro del “fast-food”: un aparato que mecaniza al individuo con el objetivo de cebarlo rápidamente y no perder su eficiencia. Esta lectura de Chaplin respecto a la imperfección de las novedades tecnológicas está muy ligada al humor de otro irónico como es el director Paul Verhoeven: el horror de una máquina asesina como la que presenta la factoría de la policía no es más que un error… las bajas son algo secundario… Finalmente, la miseria personal la vemos en la insuperable cena “zapatofágica” de “La Quimera del Oro”, donde el logro está en la dignidad que le da el actor comiendo un objeto con una elegancia de lo más “british”. A mí esta escena me parece prodigiosa todo y que un tanto peligrosa; me refiero a que en una sesión de cine chaplinesca para cualquier hijo o sobrinos que yo tuviera, ésta sería la única imagen que yo censuraría ante el riesgo de que el horno de casa acabara plagado de zapatos mientras un grupo de pequeños descalzos preparasen el relleno con sus cordones.



Espejismos que te convierten en pollo en “La Quimera del Oro”, enormes tortas más grandes que su cocinero en “El Chico”, sonidos de estómago que se hacen presentes en obras mudas como “Tiempos Modernos”; todas esas terribles situaciones las vemos tras el prisma del humor, ni con burla ni con payasada circense, sino con la pura ironía. Ironía visual en este caso, pero iniciando lo que más tarde sentenció Howard Hawks: “el humor es drama más tiempo.” De todas esas escenas, la que considero la mejor escena de humor de la historia del cine es la de las monedas metidas en los bizcochos de “El Gran Dictador”, confieso que la situación y la complicidad de su actuación con el espectador me dejó “estupefacto”, adjetivo éste imposible de decir en una conversación en la que estuviera Charles Chaplin porque –dicen- como todo genio tenía sus manías y este término no lo soportaba, enzarzándose a rememorar los guantazos de sus cortos en cuanto alguien la pronunciaba ante él. Vale la pena revisar esa escena, es… "la risa". Dicen que cuando una película te marca un recuerdo imborrable, lo mejore es no volver a verla, lo mejor es quedarse con el recuerdo, con Chaplin no ocurre esto: con él se puede ver su cine y comer a diario. Recuerdo que en “El Ladrón de Orquídeas”, Nicholas Cage se burla de Meryl Streep cuando le pregunta con qué personaje histórico cenaría y ella dice los usuales Jesucristo o Einstein… Yo, sin dudarlo, escogería a Chaplin, al menos para decirle que su obra me dejó “estupefacto” y esperar así las natas del slapstick.

martes, 12 de junio de 2007

CON HACHE DE HAMBRE Y HUEVO...

Seguimos con los huevos, y con perdón. Los huevos en el cine suelen estar siempre muy presentes, tal vez la razón es que abundan en la mayoría de cáterings de rodaje o bien porque en una comedia americana siempre resultan simpáticos. Ahí aparecen por lo general fritos en plancha y sobre manteca quedando así planos como en cualquier postal turística de Londres. Personalmente yo los prefiero en aceite y con la certeza de que con mal pan, mal huevo. Hay muchas maneras de cocinar huevos, una de las mejores es la de Madrid: huevos rotos o estrellados. No hay mucho a describir tras su título, puesto que el caos empieza en la cocina y poco rompe el comensal. El estilo inglés y el de su desayuno es el citado: un plato llano y bastante soso, tan sólo aderezado por la especia de la salchicha inglesa (lo mejor de la presentación, a mi parecer). Recomiendo, para quienes paseen por Londres en breve, un pequeño hallazgo de la delicatessen anglo-francesa llamada “Vinardy” que encuentras a mano izquierda bajando por Regents Street. Como buenos anglosajones, se vuelven astutos cuando les pides un sandwich y bobos cuando preguntas por la reserva de un vino. Aun así insisto en revisar sus “toast on soldiers” como almuerzo para volver a la vida y su carta de aguas minerales. Con ese plato demuestran controlar el tiempo de cocción de cualquier cosa.





El problema del citado plato inglés, como he dicho, es el pan. El pan inglés o de molde o “bimbo” no es el idóneo para un huevo frito, siempre ganará el huevo ya que, al tener mayor consistencia éste que la miga, es el huevo el que vence, con lo que tus dedos acaban dentro del mismo, teniendo que llevarte a la boca toda la mezcla sin pudor. Con el pan de payés catalán estamos en las mismas: demasiada miga y poca fuerza, yo diría que es el pan de molde del mediterráneo. Como idóneo pondría al pan gallego: es el más duro entre los blandos y el que mejor absorbe yema y clara, por muy crudo que uno se haya pedido el huevo a llevarsea la boca. Hablando de llevarse a la boca, 50 fueron los huevos duros con los que lograron domar a Paul Newman en La leyenda del Indomable, si no recuerdo mal. Dicen que el actor sólo logró comerse dos huevos por plano, dejando el resto al personaje. El resto es una interpretación de la que sigue bebiendo gente como Tom Cruise, pero para quienes quieran ver al señor Newman auto-homenajeando a su personaje, que entren en “Veredicto Final” y verán cómo el maestro guiña a su audiencia con un huevo crudo que le cae directo al hígado. Es lo mismo que hace Stallone en su mejor película, Rocky Balboa, pero con la diferencia de que mientras éste rompe con el pasado volviendo al ring como un torero, el otro vuelve al estrado para despedirse del alcoholismo y volver a la vida.





No quiero acabar sin aprovecharme del tema para decir que los peores huevos que he pedido nunca formaban parte de un primer plato de un centro comercial al que apodaron aquella semana con la vitola de “la ensalada de huevos de la casa” (título desde entonces mutado por “la ensalada de la casa de los huevos” y, repito, con perdón). Recuerdo que la larga espera me abrió el apetito, pero desde el momento en que vi acercarse al camarero mareando el plato en la mano igual que hacen esos viejos que mecen los jilgueros moviendo sus jaulas al pasear, supe que ya era tarde. Cayó ante mí una ensalada absurda, desprovista de diálogo, caótica en la lechuga y torpe en el maíz. Parecía tristemente querer ser digna por el acompañamiento de una salsa indefensa, sin unión ni arreglo posible pero, por si fuera poco, todo intentaba ser remediado en la cima por Sus Majestades Dos Huevos Duros que, más que cocidos, parecían haber sido acoquinados a base de gritos. Paul pudo con dos en cada plano… yo no.

sábado, 9 de junio de 2007

LA DIETA FERNÁN-GÓMEZ

Ayer hubo demasiada acción, por un lado, hablando por teléfono con Nuria de http://losviajesdenuriver.blogspot.com, tuve que comer algo, ya que el apetito se hizo con la conexión telefónica. El tema lo empezamos juntos en un coloquio acerca de este blog y la seguí yo con unos esbozos acerca del cine español y el huevo frito. Unir estas dos imágenes es casi más evidente que citar al salmón y a la vez a Noruega pero no lo sería tanto para muchos si lo unimos con la imagen de Fernando Fernán Gómez comiendo como un perro grandote. Pues sí, para mí hay relación; seguramente las escenas que yo recuerde en las que aparece un huevo frito, el actor está presente, o tal vez es que su talento hace que con verlo tan sólo una vez comer, sea fácil recordarlo.



Por otro lado, entré en harina con un proyecto que debía a unos amigos. Se trata de Kung-Fu Máster, un grupo de amigos que tocan música cañera desde hace años tal que si de un blog se tratara: lo hacen sin ánimo de lucro y por puro placer. Desde hace un tiempo estaba en el aire la idea de hacer un video-clip. Ayer fue el día en que grabamos el primer esbozo. Al menos tenemos el privilegio de poder hacerlo de manera deportiva, es decir, sin prisa ni agobios. Esa es la mejor cocina que existe, la deportiva. Yo la entiendo como cocinar de manera inversa a la presión de un menú, con el placer de disfrutar el proceso... Ojalá pudiera hacer así cualquier cosa, pero tan sólo me ocurre cuando cocino y cuando en ocasiones me apetece pasarme toda una tarde agrupando sobre el mármol las verduras de un gazpacho. Que conste que tampoco es cuestión de estirar el tiempo hasta la exageración para acabar con una sensación tediosa o enfermiza. En este sentido, el ejemplo más claro creo que está en la tarde que pasa Julianne Moore en “Las horas” con una tarta de chocolate enfrente y detrás un abismo. En todo caso, tranquilos Kun-Fu Máster, no sé si llegaremos a una visión global verdaderamente “funky” pero, como dijo Picasso: “si no se parece, ya se parecerá.”


Al tema: huevos fritos y Fernando Fernán Gómez. De este actor me gustaría saber cuántas tomas hizo para cada plano en el que aparece comiendo, porque estoy seguro que en la quinta resultaba más voraz que en la primera. Yo creo que junto a Agustín González, es de los actores que siempre acaba comiendo y, lo peor, es que se le ve pasión ello. En La Mitad del Cielo, de Manuel Gutiérrez Aragón, llega de madrugada a su casa con un aspecto desvalido que se torna brutal al entrar en contacto con una plata de arroz con leche. Finalmente, Fernando y plata acaban despertando a Ángela Molina a base de resuellos de placer para así devolverle el amor que ella le dio en su elaboración. Si algún voluntario hiciera el favor de recordarme el film del actor en el que se come un huevo frito a escondidas teniéndolo apenas tres segundos en la sartén, tiempo suficiente para que el se infle y pete como hacían los huevos de antes, lo agradecería. En Belle Epoque entrega a sus tres hijas a Jorge Sanz tras probar el plato que éste le prepara; solemne, dice: “Coño. ¡Este bacalao está de puta madre!”. En La Corte del Faraón, se merienda una paella de marisco delante de una desgraciada banda de actores en su mejor papel de no tener hambre. Ambas escenas tienen el sello Azcona. Por cierto, ahora que he escrito “bacalao”, esa Nuria que cito al inicio me ha dado una receta… que no pienso ponerla hasta que la pruebe hecha por mí…

miércoles, 6 de junio de 2007

ESE OLOR...

Pues mientras pensamos en otras películas y las vamos salseando y enlazando, hay algo que no dejamos de hacer ¿no es así? Comer… comer mucho o poco, rápido o lento, con salsa fuerte o tramposa pero, a diferencia de los licores antes citados, por suerte o por desgracia del plato no se libra nadie. Hoy la verdad es que me he despertado con el capricho de sopa de pescado. Tal vez es el tiempo, que por un momento estaba de un veraniego atizante y que sin avisar se volvió nubloso y azulado, de un aspecto marinero diría yo. Tras dudar, me ha venido la imagen de Rostro al mar, una película de 1951 en la que participó mi abuelo como extra antes de quemarse la cara en el incendio de los estudios Orfea de Montjuïch. La dirigió Carlos Serrano de Osma con un blanco y negro convincente para el puerto de Barcelona.




Ya convencido por el capricho y en colores, entro en el barrio de la Barceloneta. No es de las zonas de la ciudad más famosas pero su localización la hace imprescindible para un trío de ases junto al Borne y el Raval. Del mismo modo que cada vez que paseo por la Rambla, hoy repleta de turistas, noto que su espíritu es cada vez más cercano al Soho de cualquier capital europea, el de la Barceloneta es mediterráneo hasta el punto de trasladarme a ciudades como Nápoles o la isla de Mikonos. Desgraciadamente todavía no he estado en estos lugares, pero de lo que estoy seguro es que, aunque sea por unos segundos, podría llegar a cerrar los ojos y pasar a respirar cualquier barrio de estas ciudades llegando de nuevo al que me ocupa. La excusa para su desaliño está en su pasado pescador y en la hostilidad de estar constantemente a remojo en el Mediterráneo. Es cierto que no hay redes por la calle ni viejos que parezcan haberse tirado años curtiéndose en su barca como en las postales que uno vive al pasear por la Costa Dorada, aunque sí tendederos plagados de ropa y el sonido de los silbidos de su gente. En el combate de olores que se tiende en sus calles, gana el del pescado; en especial, el pescado azul y a la plancha –que no frito- de la calle Baluarte.


Antes se podía localizar cualquier pequeño bar por estar cercano, pasado, a dos calles o a la izquierda del mercado de la Barceloneta. Ahora la popularidad se la ha robado La Cova Fumada. La fachada de este pequeño comedor es espectacular: un portalón de madera que en plano corto no pasa del siglo XIX, pero al mismo tiempo, la gente que espera allí garantiza que sin duda algo se fríe dentro. Yo lo conocí -cómo no- a través de un plato; el padre de esta familia y jefe de su micrococina fue a caer a los fogones de su servicio militar en Murcia, con lo que además de las historias que no se olvidan se trajo la receta de los minchirones de la zona. Uno no puede imaginar un gran festín visual, puesto que se trata además de un plato horizontal: el minchirón es un tipo de haba plana y ancha que, con su debido tiempo, presta su almidón al caldo a cambio del poder que le presta el chorizo y el tocino. Nada del otro mundo al margen de la gracia que requiere el tema. Su salero pues parte de los minúsculos platos en los que se sirve, en la temperatura justa que te permite comer sin pausas, además, la cantidad servida parece reírse de las divisiones entre el “plato” y la “tapa”. Todo ello surge del dinamismo que se respira en las mesas, y parte de una cocina a la que llegarías si alargaras el brazo. La estrella de La Cova Fumada es la sardina y el jurel, con lo que en cuanto me hago con un sitio no dudo en atacar al colesterol del bueno. Me animo con las bombas, del tamaño de un huevo. Los extranjeros que comparten mi mesa se animan también y piden consejo; “Mashed potatoe and minced meat” respondo yo. Una aguda voz anglosajona se sorprende con un “¿minced meat?” Acabo chillando ante el follón de la sala: “¡Yes… Meat…Inside…!” La fascinación de la turista me la agradece el camarero, el cual se limpia una mano en su camisa.

Una vez hecho el pedido, todo fluye. Los platos son como niños traviesos que se escapan por encima de las mesas de mármol y acaban siendo cazados por los tenedores de los adultos. Un frigorífico de madera colocado el mismo año de la puerta no cesa de abrirse y cerrarse con la vitalidad de una oficina. Como hoy vengo solo y me toca comer con mi móvil, repaso las fotografías de la pared; bañistas en la playa de San Sebastián… el viejo mercado… y un sorprendente recuerdo ya olvidado: la plaza de toros de la Barceloneta… nada es eterno, bueno, el mármol tal vez… y los minchirones.

martes, 29 de mayo de 2007

“ESTE CONDADO ESTÁ MÁS SECO QUE UN DRY MARTINI!” (MAYOR TILMAN EN MISSISSIPPI BURNING)

Por un lado, sé que mi médico de cabecera no me perdona el haber empezado todo esto con un whisky, pero por otro no debo engañarme: nunca he sido un buen bebedor y, en cuanto se me calienta el vidrio en la mano, debo cumplir mi palabra y hacerle una reverencia al que José Luis Garci apodó como “bala de plata” Su Majestad el Dry Martini (y, de paso, aprovechar la inclinación para soplarle un primer sorbo…)




Así es, tal y como dije a caballo en mi primera entrada, el caldo escocés es el western, me atrevería a decir que su prima lejana sería la ginebra y, ya puestos, presento al vermut seco como la pajarita con la que ésta se diferencia y mira altiva a su tosco familiar. Con una botella de cada uno de estos dos ingredientes en cada mano y sin una cubitera cerca, uno no tendría más que problemas: o bien vería a un colega abstemio riéndose ante él como un mellado Walter Brennan, o bien a otro colega, en este caso bebedor de Dry Martinis, decidido finalmente a cruzar a nado un océano en busca de una bolsa de hielo. Sir Martini es Complicidad, Categoría y en definitiva, Clase. A diferencia de todo lo bebible con denominación de origen, el Dry Martini carece de nacionalidad, puesto que su función es crear un nuevo territorio. Digamos que si al champán se le llama porque la situación o la celebridad lo requieren, con él se acude a una atmósfera desde el momento en que nace. De todas las recetas o bebidas caprichosas que requieren ser degustadas en copa o con cubierto específico, ésta es la que exige sentarse en su triangular taburete art-decó. Un momento, debido a que he entrado en una espiral de loas con las que parece que me esté dirigiendo al mandamás de nuestra empresa o partido, intentaré acercarme al cóctel de manera más personalizada.


Al igual que el cigarrillo, DM se me presentó en blanco y negro. Su elegancia no la vi tan sólo en su sabor: la magia de haber neutralizado el aroma de la ginebra con el del vermut seco es sorprendente, sino que descubrí que todo partía de su equilibrio. Si gozas de un momento DM puedes estar conversando, esperando la cena (el almuerzo, mucho mejor) o incluso puedes estar ansiando que caigan dos ases, pero tu semblante será mucho más estilizado que si agarras una botella de Jack Daniels por el cuello y sentencias algo levantando el dedo de la mano que lo estrangula. Comer con ciertas bebidas llama la atención, pero siempre será mejor poner a prueba tus dos hígados ante un steak tartar con medio DM que con una sangría entera. La elaboración no es caprichosa pero la considero seria. Recuerdo una ocasión, justo al lado del cine Verdi de Barcelona, en la que me quedé sin bala de plata porque el camarero no tenía vaso mezclador, “Pero tienes coctelera” insistí yo. Su “Imposible” fue como una declaración de principios, con lo aquel día me quedé sin olerlo. Debo decir que, si mis encuentros con el frío de DM han podido llegar a ser mejor en horas cansadas o en momentos en que el cansancio arrecia, el punto álgido lo viví en la planta circular del edificio Marriott de Nueva York. Recuerdo que allí, una joven camarera con origen sevillano y peinado decididamente americano hizo su innato deber de “newyorker” mostrándome cada edificio que iba a ver a medida que rotara todo el salón señalándomelo en la servilleta sobre la que puso mi DM. Todo y que en aquella ciudad el tamaño de absolutamente todo es superior -las copas también por supuesto- me vi en la obligación de pedir un segundo trago y su correspondiente explicación antes de finalizar la vuelta completa. Afortunadamente no acabé con la suerte de quien ostenta el récord de DM en blanco y negro y en todos los colores habidos y por haber: C.C.Baxter. El caso de El apartamento muestra un claro ejemplo de -al igual que cuando se prepara el martini seco- la minuciosidad con la que se cuadra un guión.





El inicio es un plano general similar al de dos obras también singulares aunque muy diferentes entre sí: Días sin huella y Psicosis. La primera coincide en poseer el mismo autor y la segunda coincidirá en utilizar el hitchcockiano dedo acusador de la culpa para, en este caso, la tragicomedia. La confusión de convertir al solitario C.C.Baxter en el más culpable de los vecinos de la escalera del matrimonio Dreyfuss va a formar parte de la presión social de nuestro protagonista transformándolo en un deudor prólogo para los sufridos personajes de 1984 o Brazil. Y es que desde el mueblé que es el piso de C.C.Baxter vislumbramos una peculiar visión de la sociedad americana; cínica y egoísta como los jefes de Buddy Boy, plural y emigrante como el doctor Dreyfuss y el taxista Matuschka, risueña y festiva como los martinis de nuestro personaje -aunque pueden hacer callar al primer Santa que ría como un imbécil- pero, vista a través del vidrio de esa copa, también dura y solitaria. Esta visión la hizo Wilder ayudado por I.A.L.Diamond en 1960 proyectando a este Robinson Crusoe con raqueta llamado Baxter hasta nuestros días: llega (llegamos) solo a su casa, cena un poco de pollo frío de la nevera e intenta inútilmente (como nosotros) ver algo interesante en televisión. La principal diferencia para nuestro favor está en que a él le codifican Gran Hotel con publicidad puesto que el auténtico hotel es su apartamento. Con esta radiografía ácida y cruel sobre América, Wilder pone desde su apartamento el dedo en la llaga dinamitando la intocable propiedad privada, frivolizando sobre la soledad y el suicidio en la sociedad estadounidense como si de una botella de champán se tratara y defendiendo que el americano medio acaba reivindicando como cualquier inmigrante de hoy en día en un piso patera, algo de dignidad.


Acabada la copa, tan sólo me queda la aceituna en el fondo: la vigorosa interpretación global destaca por la pareja de infelices McLaine y Lemmon. De la primera, además de resucitar mejor que Uma Thurman en Pulp Fiction, me pregunto quién no se dejaría tratar la fobia a los ascensores yendo de la mano cortada de la señorita Kinkerby. Y del rostro de la desolación clavada en un espejo roto llamada Lemmon, además de recordar que su nombre que empieza por L como otro conocedor del Noilly Pratt como es Landa, diré que creo que no hay nadie que maneje mejor estas cuatro cartas: neurosis, resfriado, afeitado y, cómo no, Dry Martini. Por eso será que los jóvenes actores como Kevin Spacey renunciaron en su momento a galardones como el Globo de Oro para dárselos al joven Buddy Boy.

viernes, 25 de mayo de 2007

DOS CENTAUROS DEL DESIERTO... SIN HIELO Y SIN VASO!!

Pues, puestos a empezar, cómo no, lo haremos con un clásico. El problema en que me veo a la hora de unir esta obra con el comer es que… poco se come en Centauros del desierto. Primero porque John Ford, con sus dos centilitros de sangre en su alcohol y la coartada de su origen irlandés, ya era pequeño comensal y gran bebedor, siempre eso sí con el permiso del otro John: el también irlandés Huston (de quien no es necesario recordar que en el rodaje de La Reina de África, se salvó de intoxicarse del agua de la zona al beber únicamente whisky junto al monarca del pitillo Humphrey). Aun así, el whisky será la vía con la que abriré el blog, todo y que no es del todo correcto ya que, tal y como le recetaron al gran David Rockefeller, para abrir el apetito, lo mejor es un Dry Martini.


El whisky se creó en Escocia con el aliento de la mirada de Irlanda, pero en el cine, esta bebida va a caballo y con un revólver en la cartuchera. En The Searchers se bebe aunque no tanto como en Sin perdón, al menos su relevancia es distinta, puesto que en la segunda, pasa a sustituir al peligro de las armas prohibidas en el pueblo de (¡gran ironía, sí señor!) Little Whiskey. La obra de John Ford es uno de los clásicos de la historia del cine y creó un nuevo estilo. Siendo una de las road-movies más representativas de su autor junto a La Diligencia, tiene el orgullo de motivar e influir sobre las nuevas tendencias del cine americano de los 70. Obras de autores como Francis ford Coppola o Martin Scorsese tales como Apocalipsye Now, Taxi Driver o de Cimino con El Cazador beben de Ford y sus Centauros del Desierto. Todas ellas se fundamentan en el personaje de John Wayne, Ethan. Su base está en la búsqueda de alguien. En el primer caso es la pequeña Natalie Wood la que se tiene que rescatar, cuyo background anglosajón y protestante ha sido absorbido por la comunidad indígena de los indios norteamericanos.




Al igual que en las obras mencionadas, el “searcher” que irá a por ese personaje extraviado será un tipo oscuro y con problemas morales que aceptará dicha misión con tal de redimirse. Una vez lo logre, volverá a su aburrida y desgraciada vida para que todo siga como estaba antes. Con este esquema hay docenas de películas que siguen la trayectoria para avanzar en un estilo personal y concreto, en una narrativa específica, dibujado de paso la historia de los Estados Unidos. Este gran influjo lo transmite por medio de puertas que se abren y se cierran y con el espectro de Monument Valley como telón de fondo y con los destilados que deben ser “de botellón” en su mayoría y “de cosecha” en pocas ocasiones. Esta obra es de 1956, pero John Ford hizo más de cien filmes, de los cuales éste es de los pocos que se le ha calificado como obra maestra. Seguramente su autor tiene muchas más, pero el prototipo de obra fordiana como tal, es decir de western como género literario, es el lírico título de Centauros de Desierto. A diferencia de la citada obra de Eastwood, no es dura como lo es el fondo de ceniza que dejan en la garganta maltas como el Whisky Galore Caol Ila, incluso cabrían boutades en su tono de comedia -¡que lo tiene!- como “póngame una tarta al whisky pero sin tarrta… ”, aunque eso estaría más cerca del universo de Lubistch o Wilder.


Al margen de esto, hay una curiosidad que recuerdo en ocasiones: el personaje perdido en Centauros del desierto es Debbie, y en la oscarizada El cazador es Nick, ambos deberán ser encontrados por un searcher para que vuelvan al redil; en Ford será una América de mujeres con delantal y con Cimino será otra con resacas de guerra perdida en el sureste asiático. Con la garra de un par de maltas en el gaznate siempre pienso, ¿por qué el destino de los actores que interpretaron a sendos personajes, Natalie Wood y Christopher Walken, hizo que acabaran juntos y con la muerte de la primera en extrañas circunstancias? Tendré que volver a ponerme las dos obras maestras en mi vídeo y otra de nuevo en mi vaso…

miércoles, 23 de mayo de 2007

mi menú

Dijo el autor del primer tratado de gastronomía, Jean Anthelme Brillat-Savarin, que el placer de comer es el único que, tomado con moderación, no va seguido de la fatiga. Yo me atrevería a unir a este placer aquél otro si no más sencillo, sí un poco más cómodo y siempre igual de placentero: el sentarse (como quien se dispone a comer) ante una pantalla y devorar una historia a través de imágenes. Unir ambos gustos resulta de lo más hedonista en un principio, pero no lo es si extendemos el placer hasta el antes y el después de cada experiencia, es decir, prestar atención al inicio de la creación de un plato, una bebida, un film o curiosear en la reacción que ha podido tener más adelante en la historia. Propongo pues un eterno menú a modo de excusa para poder hablar de cine y gastronomía. Todo ello sin prisas, incluso espontáneamente, casi a salto de mata... porque a mí, como a Godard, me gusta que las películas tengan comienzo, nudo y desenlace, pero no necesariamente en este orden...